ENCUENTROS
A la cabeza de esta marea multimarca y
multicolor, marcando la senda correcta a
sus entregados correligionarios: El Mesías,
el Elegido, el Moisés del Tiétar, Juan Recio. Y detrás en procesión, en éxtasis total, como endemoniados angelitos,
sus exaltados mundanos. Sin otro
objetivo en sus desvirgadas y grasientas mentes que seguirlo –como cantan los MClan- donde el
río hierve y más allá.
Desde
el pueblo hasta nuestro soñado “El Dorado” fuimos compartiendo infantiles escaramuzas,
golpes de gas, frenadas de advertencia, forzadas poses, contagiosos saludos,
miradas de viciosa curiosidad y un postrero beso al suelo de una briosa piloto.
Afortunadamente
antes de que alguno de nosotros se desmadrase y buscase sus límites fuera del
rebaño, llegamos vivitos y coleando.
Para
los que no habíamos estado el año anterior, y habíamos fantaseado durante 365
días, sobre lo que nos podríamos encontrar, todo era nuevo y todo estaba por
descubrir. Por lo cual al llegar al sitio elegido nos quedamos sin palabras y sin superlativos adjetivos.
Estábamos
noqueados, por el gancho duro y directo de la belleza de todo lo que nos
rodeaba, que de largo superaba las expectativas
creadas durantes días de tensa y febril espera.
Ahora
sabía de donde habían expulsado a los de la manzana años atrás, porque tenía
delante de mis abiertos ojos el bíblico
y esquivo jardín del Edén.
Una enorme explanada de virginal y verde hierba rodeada de encinas
- oculta detrás de un castigado muro de piedra- nos dio la bienvenida, a este nuestro espiritual y monacal retiro.
Éramos
privilegiados okupas ecológicos de fin de semana. Y donde minutos antes
pastaban pacíficamente unas inocentes ovejas, ahora guerreaban toda una piara de
“casi” ibéricos mundanos.
En
descompasado movimiento, fuimos campando a lo largo y ancho del recinto. Y pronto nos dimos todos por besados, abrazados,
fotografiados, esquivados, ignorados y…muchas otras impertinentes cosas más.
El trajín y el bullicio era constante y allí
no se estaba quieto ni Buda.
Es
sorprendente que a pesar del espacio disponible a nuestro alrededor, se impusiera la necesidad irracional del
recocimiento humano y acabara imponiéndose la malsana y conocida aglomeración. Creciendo
en el centro del prado como champiñones feroces una gran y colorida pelotera de tiendas.
A todos se les veían felices y ocupados en sus
faenas. Y el cuarteto lalala –Santiso,
Paco, Rider y yo- en un deleznable
gesto antisocial emigró más arriba del bullicioso centro urbano. Buscando algo
de aire puro, menos ruido y sobre todo mejores vistas. Creando su particular poblado tiendista.
No
me extenderé en las artes nada amatorias empleadas por algunos, para dar forma
a esos hogares provisionales. Lo que sí que confirmaré es que allí hubo casos
de maltrato dignos de estudio. Pero al final y como cuando se monta un mueble de IKEA todos consiguieron en mayor medida acabar la
faena poco antes de la ansiada comida
sin muchos disgustos, sobresaltos
y piezas sueltas.
EL
FESTÍN
Desde
el primer minuto de la creación en el Fb del evento de esta MLR2013, un nombre
era repetido hasta la saciedad por Juan
y desgraciadamente no era el mío sino el de Juanma.
Era
colgar una foto sobre intendencia y comida e ipso facto aparecían comentarios tales como; que si Juanma
el asado, que si Juanma cocido, que si Juanma el embutido, que si Juanma los postres, que si Juanma pinche, que si Juanma
todo en su punto, que si Juanma Masterchef, etcétera, etcétera.
Llegué
a cogerle sana manía y aseada envidia sin conocerlo, pero eran tantas las voces
de admiración, halagos y pleitesía sobre sus dotes para dar de comer al
hambriento y de beber al sediento que
pensé que, por muy bueno que fuese no
sería para tanto y que algún defecto tendría o le encontraría; me equivoqué.
Al
acercamos al galope “la orquesta sinfónica de enmayaos” de
Navalcán a la improvisada y larga mesa para dar la nota comiendo, este sacó sus brillantes pinzas de acero inoxidable,
dio un par de toques en las bravas y rojas brasas del fuego, y como buen
director de orquesta nos marcó el compás a seguir durante todo el gastronómico atracón. Interpretando
todos de forma soberbia y sin desafinar
un solo ñam-ñam la difícil partitura de “El prado de los salvajes yantares”.
Finiquitada
la función en horario infantil, el público puesto en pie no dejó de vitorear y aplaudir largamente al
único responsable; que no era otro que Juanma.
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