BUSCANDO
EL ENCUADRE
Uno
de los invitados a la premier de este
LMR 2013, sin saberlo, estaba en mi punto de mira o de encuadre y este no era otro
que Mister McBauman.
Egoístamente
yo no buscaba al gran viajero; que lo es, ni al tío que escribe; fantásticamente,
ni siquiera a la gran persona; que intuía, yo buscaba su particular y cotizado universo
visual.
Sabía
que en poco menos de dos jornadas de convivencia o roce difícilmente iba a
poder robarle su gran secreto que, para mí no es otro que su sensibilidad “extra” para captar con su privilegiada lente,
infinidad de imágenes que al resto de
los mortales se nos escapan. Por eso decidí marcarle en corto y no darle tregua
alguna.
Al
no verlo entre el respetable, pasada la movida del Buggy, un nubarrón negro se
instalo en mi mente pensando que se me había escapado y que ya
andaba –de rositas- tomando posiciones para machacar fotográficamente y en
exclusividad el resultón ocaso del día.
Precipitadamente junto a Paco, Iñaki, Alejandro, Virginia y
Fuent montamos el operativo de búsqueda
y captura; aprovechando que algunos conocían el terreno por donde andábamos del
año anterior.
Nos encaminamos río abajo, como sabuesos olfateando su rastro
y poco tiempo después y sin noticias no de Gurb sino de McBauman estábamos disfrutando de una pequeña playa
fluvial en exclusividad, rodeada de graníticas moles de piedra grises salpicadas de abundante y verde vegetación.
Con el único ruido de fondo de nuestra animada charla.
Sentados
sobre la arena fina y blanca, contemplando las oscuras aguas del Tietar y las
juguetonas ondas que se formaban por las piedras que lanzábamos jugando a ser niños, nos lamentamos adultamente de no haber traído algo de bebida y haber
disfrutado de un improvisado botellón campestre. Porque a medida que el sol iba
despidiéndose, el lugar donde nos encontrábamos cambiaba de luz y de colores,
volviéndose cada vez más acogedor y
sobre todo más bonito.
De
McBauman y mientras la naturaleza obraba el milagro del tránsito del día a la tarde-noche;
ni rastro.
Con lo cual, ya daba por sentado que esta vez
nos habíamos adelantado al depredador de instantáneas y la
imagen ganadora del PhotoMundanalruidoPress
sería enteramente nuestra.
Cuando
apareció junto con los primeros y
despreocupados mundanos, entendimos que nuestra playa era pública y con alta
demanda y que por lo tanto se había acabado el Peace and Love.
Esta
primera oleada vino acompañada de otra y otra, con lo cual todos acabamos como
en agosto en Benidorm; achuchaos y a codazos limpio por una foto, que viendo el
revuelto patio se cotizaban en las redes
sociales a precio de oro.
Contrariamente
a lo que pensaba, el sujeto sometido a estudio, no parecía tomarse mucho tiempo
en el manejo del móvil -con el cual hacía las fotos- ni tampoco en la búsqueda
del encuadre ideal, ni siquiera lo vi alejarse excesivamente del concurrido lugar.
Pero…yo sabía que en alguno de esos malditos “clicks” estaría la imagen que
captase la magia de este atardecer. Y
ante lo evidente y ante mis nulas ganas de luchar, dejé que este y otros buenos
fajadores fotográficos hicieran el sucio trabajo. No tomando ni una foto y optando por
disfrutar de la bella estampa y de la
mejor compañía.
SETAS
ALUCI-NO-NOGENAS
La
noche nos abrazó y rodeados de oscuridad volvimos (como niños buenos) mansamente al
redil junto a la luz, junto a Juan Recio. Reclamando con renovadas ganas ahora
en horario adulto: los placeres del buen comer, el mejor beber, la entretenida
charla y el reconfortante calor de las activas hogueras.
La
temperatura había caído en picado y junto a una juguetona y molesta humedad
–empeñada en colarse por todos lados- comenzaba a hacer un desagradable e ingrato frío.
Unas
setas camino de las insaciables y
alborotadas brasas llamaron la atención
de mis excitados jugos gástricos.
Su tamaño era exuberante, exagerado; grandes
como la palma de mi mano bien abierta y esto junto al renovado hambre acabó
despertando mi malsana curiosidad. Quería saber algo más de ellas antes de
incarle el diente y arriesgarme a comerlas, no fuese a ser este mi
último y letal bocado.
Las
explicaciones amables de sus ocasionales cazadores-recolectores (codo con codo
con los pinches de la cena) sobre sus múltiples características,
propiedades y sobre todo bondades culinarias, a mis inquisidoras
preguntas, no lograron alejar mis terrores a posibles efectos secundarios no
deseados. Y es que su origen plebeyo campestre era un lastre demasiado pesado
para mis nulas ganas de un mal viaje.
Contemplando
de reojo como algunos daban cuenta
de estas sin miedo, sin pestañear,
relamiéndose de gusto con cara de satisfacción,
yo opté por la cobarde magra de
origen animal.
Para
redimirme por mis pocas agallas y nula valentía
y por si las moscas, no perdí detalle de los posibles cambios físicos y
psíquicos de los allí presentes. Porque si aquellas setas resultaban ser tan
grandes como tóxicas, al menos yo sería testigo de esta “última cena” y único superviviente
de este suicidio colectivo. Quedando con vida para dar la voz de alarma y contarle al mundo –en un
emotivo y superventas libro- las últimas horas de estos valientes.
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