ALBORNOZ
Y HOGUERAS
La
cena, al igual que las gigantescas setas volaron y detrás mis miedos, los
macabros titulares y mí dorado futuro
como cronista de sucesos escabrosos.
No obstante, era mucho mejor ser uno más,
que el único en pie. Y satisfecho de mi error micológico encaré el penúltimo
tramo del día, algo cansado pero saciado y feliz junto a todos mis amigos y conocidos.
Fue
ver la espectral y estilizada figura de
Alberto Morillo, embutida en un desgastado albornoz –sin asomo de "Gore-Tex"- de baño blanco con el gorro calado hasta las
cejas, charlando animadamente como uno más de la fiesta; y empezar a tener
serías dudas sobre el proceso selectivo de los participantes en esta LMR2013.
Porque
una cosa son las conocidas manías y rarezas que suele arrastrar este mundillo de las motos y los moteros y otra esta
profusión de comportamientos “estrambóticos” en diferentes franjas horarias que llevábamos
disfrutados, en tan breve periodo de
tiempo, en estos solitarios páramos.
Con
mirada de no entender nada, busqué la
complicidad de Santiso y Paco, intentando buscar una respuesta que no obtuve, y como no los vi nerviosos, ni
alterados, ni preocupados por su integridad física ni emocional, lo tomé como algo
natural y propio de esta rara estación
otoñal.
En
su salsa, ajeno al revuelo que causaba su hogareña prenda; iba regalando
sonrisas e irradiando felicidad a diestro y siniestro. Se le veía a gusto, muy
calentito y lo mejor en paz con toda la raza humana.
Después
de esto, decidí estar muy atento, porque la noche prometía emociones fuertes y
tenía claro que, enseguida que el alcohol
empezara a circular libremente y en cantidad, aquel prado era terreno abonado para futuras e increíbles
historias por contar a ansiosos e incrédulos lectores.
En
uno de mis rehabituallamientos a por cerveza,
a las ocasionales neveras en que
se habían convertido las maletas Tututech[1]
de algunos, gracias al desembarco masivo de cubitos de hielo en su interior, escuche
como una voz se alzaba con firmeza sobre las demás. Era la de mi gran amigo Rider, pidiendo atención y reclamando un tiempo de hermanamiento junto a
la gran hoguera, para hacer piña y compartir no sólo vicios, estropicios y
desmadres sino experiencias sobre viajes; que en definitiva era uno de los
grandes objetivos de esta anual reunión.
Amagos hubo, intentos también, acercamientos…
los justos, por lo que al final fuimos
pocos pero reconozco muy bien avenidos. Y como el que más y el que menos tenía
algo que contar y entre todos sumábamos muchos miles de kilómetros en nuestras
ruedas y toneladas de equipajes a las espaldas, echamos unos troncos a la
hambrienta candela, colgamos el cartel de
reservado derecho de admisión y
nos dejamos llevar en volandas lejos, muy lejos, a otros países, a otros
continentes, a otros sueños.
A
partir de ahí tanto viajamos que, llegamos a compartir la kilométrica toalla
playera de Jah en su reto de los 21
mares que, luego culpa de un Mar Menor
fueron 22.
Emocionándonos
al imaginar sus lágrimas, su llanto y su infinita alegría, el día que alcanzó
la lejana Krásnaya Plóshchad o plaza Roja
de Moscú.
También
nos quedamos tirados –sin aliento- en la imprevisible y difícil cuneta de la
vida, junto a Fuensanta, por culpa de un traicionero cáncer. Descubriendo junto
a ella que, la pérdida de un ser querido, con optimismo y mucha valentía, puede ser la continuación y no el necesario final de una gran pasión:
las motos y los viajes.
Para
finalizar con signos de congelación extrema, gracias a la increíble odisea de la Nordkapp de Raúl Lone y Fernando.
Contemplando
las caras de los allí reunidos, escuchando embelesados y con las miradas
ausentes, estas y otras fantásticas historias. Era consciente de que, estando
todos en cuerpo presente alrededor del
fuego, sus mentes –como la mía- se encontraban volando a miles de kilómetros.
La
hoguera a estas horas seguía proyectando alargadas sombras, dando color a nuestros rostros y calentando
nuestros sueños viajeros, mientras un
firmamento negro sobre nuestras cabezas y cargado de puntitos brillantes nos
guiñaba de vez en cuando con alguna que otra estrella fugaz .
BERRIDOS EN LA OSCURIDAD
Poco
a poco la noche fue perdiendo aliados y la hoguera de las vanidades parte de su
poder de seducción y convocatoria.
Las historias lentamente se iban apagando y el
silencio y la calma de forma remolona tomaban el necesario control.
Coincidiendo
con esto, iniciamos prudentemente la
retirada. Al día siguiente nos esperaba otra jornada larga y exigente en moto.
Y los cuerpos demandaban su merecido descanso.
Sin
sobresaltos superamos los escasos metros que nos separaban de nuestras adosadas
tiendas, y cada uno se parapeto como buenamente pudo contra la soledad, el frío, la humedad y los
ladridos de un invisible y fantasmal perro de Baskerville.
Luchando -dentro del saco- contra el caos reinante en
la tienda por conseguir la postura menos mala para dormir, no podía parar de reír
escuchando la cascada de improperios, blasfemias, maldiciones y palabras mal
sonantes que, a viva voz soltaban mis
distinguidos y creía recatados vecinos;
sobre la mierda de este tipo de pernoctaciones salvajes superaventureras e hiperOverlander.
Sin sospechar ninguno de aquellos bellos casi durmientes que la prueba de fuego
y lo verdaderamente heavy de la velada estaba todavía por llegar.
Íbamos camino de la fase REM, en esto del
dormir a la “casi” intemperie, cuando comenzó la hecatombe. Un roncar
ensordecedor y atronador, satánico, salvaje e inhumano proveniente de “Villa Rider” comenzó a zarandear sin piedad nuestros sueños y a reventar nuestros delicados oídos. Un roncar desbocado, libre de ataduras y emparentado con el árbol genealógico de la
jodienda universal, con un
solo objetivo en la apesadumbrada night, despertar a todo organismo animado en
miles de kilómetros a la cuadrada.
Rodeado de artículos de moto y sin posibilidad
de escape o rendición, lamenté no tener a mano unos tapones de los oídos a
prueba de bombas y un recatado bozal BDSM
para tapar la boca a este desaprensivo
hooligan del relax, que a pierna suelta descansaba despreocupado, devastando
las praderas de los sueños ajenos,
sembrándolos de sonoras pesadillas.
No
quería imaginar como estarían viviendo
el resto de la barriada, esta desagradable sorpresa nocturna, pero me juré que sería la última vez que
compartiría espacio vital con semejante megáfono humano.
Empezaba
a entender –muy a mi pesar- el por qué suele viajar solo por esos mundos, y no
dudé aquella noche en elevar al altar del Budismo a Gema; mujer que comparte su
vida y en el futuro un caro y
sofisticado Sonotone.
Sordo
de un oído y con daños serios en el
tímpano del otro logré conciliar el
sueño, bien entrada la noche, dando por fin la espalda a este particular Vía Roncocrucis.
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